En un día navideño envuelto en un manto de niebla y frío penetrante, me aventuré a las históricas aceñas de Olivares en Zamora para capturar la esencia mágica de este lugar único. Armado con mi dron, busqué revelar la belleza oculta que yace entre las brumas y las piedras antiguas.
Las aceñas de Olivares, testigos silenciosos de la historia, han sido parte integral de la vida en Zamora desde tiempos inmemoriales. Estas ruedas hidráulicas, alimentadas por las aguas del río Duero, han moldeado la tierra y proporcionado energía a la región durante siglos. Es un tributo a la ingeniería medieval que sigue siendo un recordatorio tangible de la maestría de generaciones pasadas.
El día de Navidad añadió un toque especial a esta experiencia. La niebla se aferraba a las estructuras de piedra, creando una atmósfera etérea que transportaba a otro tiempo. El frío invernal intensificó la sensación de estar inmerso en una pintura antigua, con el suave zumbido del dron rompiendo el silencio.
Mientras exploraba los rincones de las aceñas desde las alturas, quedó claro que este lugar va más allá de su función histórica. Es un testimonio visual de la conexión entre la naturaleza y la ingeniería humana, una sinfonía entre el pasado y el presente.
En esta gélida tarde navideña, las aceñas de Olivares se convirtieron en un lienzo donde las sombras de la historia danzaban con la niebla, y mi dron fue el pincel que capturó esta danza efímera. Una experiencia que no solo documenta la riqueza histórica de Zamora, sino que también celebra la belleza de un día frío y misterioso en la víspera de Navidad.
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